En la historia de América Latina, los golpes de Estado son recurrentes. Sus formas evolucionan, al igual que los dispositivos para su realización. No se trata de una excepcionalidad. Asistimos a un cambio de estrategia. El impeachment, un recurso jurídico pensado para hacer frente a conductas deshonestas e impedir prácticas corruptas de los presidentes, se tuerce. Se trasforma en un arma arrojadiza utilizada para romper el orden constitucional judicializando la política. Su puesta en escena requiere una gran movilización de instituciones: el poder legislativo, el poder judicial, fiscales, abogados y magistrados de la corte suprema, sin menospreciar la retaguardia, medios de comunicación de masas, redes sociales, tertulianos, dirigentes sindicales, líderes de opinión, ideólogos. Un ejemplo de esto fue la destitución de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.
Si en principio el impeachment fue considerado un factor de corrección para conductas autocráticas, hoy describe una forma de guerra asimétrica. Una guerra jurídica que se despliega a través del uso ilegítimo del derecho interno e internacional con la intención de dañar al oponente, consiguiendo así la victoria en un campo de batalla de relaciones políticas públicas paralizando política y financieramente a los oponentes o inmovilizándolos judicialmente para que no puedan conseguir sus objetivos, ni presentar sus candidaturas a cargos públicos. Es una maniobra para eliminar la cara más canalla y repudiada de los golpes de Estado, la violencia directa acompañada de represión, tortura y asesinato político. Una forma “limpia” e indolora de golpe de Estado. Guerra asimétrica, guerra jurídica, lawfare en el anglicismo, todo conduce al golpe de guante blanco. Como bien había señalado Henry Kissinger, Secretario de Estado en el gobierno republicano de Richard Nixon, refiriéndose al dictador Augusto Pinochet: “pedimos un cirujano y contratamos un carnicero”.
Los golpes blandos conllevan procesos desestabilizadores cuyo fin es desgastar, horadando los cimientos del poder constitucional. El ejercicio de la violencia, se contempla como una actividad complementaria al impeachment, le da el empaque necesario para crear una situación de caos, inestabilidad o catástrofe humanitaria. La desestabilización queda en manos de organizaciones civiles: amas de casa, trabajadores de la administración, organizaciones empresariales, profesionales, ONG, medios de comunicación de masas, estudiantes, sindicatos amarillos. Es la estrategia concebida como “lucha no violenta”. El llamado por uno de sus ideólogos Gene Sharp: desafío político. (…)
La violencia posterior se reorienta a través de grupos paramilitares, sicarios, servicios de inteligencia, organizaciones del crimen organizado, grupos neonazis y anticomunistas. El asesinato en Honduras de la líder y fundadora del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas, premio Goldman en 2015, Berta Cáceres, se inscribe en esta forma de violencia selectiva. Sin embargo, han sido decenas los ajusticiamientos de dirigentes sindicales, líderes campesinos, estudiantiles y periodistas que habían defendido la democracia y los derechos sociales, políticos, étnicos, de género y culturales en Honduras en estos años de post-golpe blando.
En Honduras, desde el año 2009, fecha en la cual se derrocase al presidente Manuel Zelaya, han caído víctimas de atentados 57 periodistas. La Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) subraya en su informe sobre Honduras: “Crímenes de persecución política, asesinatos, desapariciones forzadas, crímenes sexuales, de género y desplazamiento forzado fueron cometidos de forma sistemática como consecuencia del golpe de Estado de 2009. El golpe destruyó el Estado de derecho en Honduras. Destrozó la confianza de la ciudadanía en las instituciones judiciales y de seguridad”. La percepción que se tiene de los golpes de guante blanco es su limpieza. La realidad es otra. Lo dicho es vinculante a Paraguay tras la destitución del presidente Fernando Lugo, así como a Dilma Rousseff en Brasil. En ambos países se utilizó la técnica del impeachment como mecanismo para el golpe de Estado.
Las mujeres a la vanguardia
Contra las dictaduras, las mujeres tendrán un papel relevante, el mismo que les cupo en las luchas por los derechos civiles y políticos. En Chile, el periodo propiamente dictatorial se caracterizó por una notable presencia de mujeres (de toda condición) en los hechos de resistencia activa. Los datos indican que, durante el periodo más virulento de las protestas nacionales (1983-1987), las mujeres se perfilaron como uno de los actores sociales con mayor protagonismo público, junto a los pobladores, los militantes de base y los estudiantes, superando con ello a obreros y empleados. La movilización de la mujer durante este periodo respondió a la cuádruple condición de ser humano, ciudadana, mujer, y sobre todo, madre-esposa-hermana-amiga de los/as caídos/as. Es decir: respondió a la electricidad solidaria que recorrió, en transversal, todos los sectores sociales más golpeados de la dictadura. Durante las décadas precedentes (1950-1975, aproximadamente), las trasformaciones democráticas, salvo excepciones, se saldan con una mayor participación de la mujer en la vida pública. Las universidades ven aumentar la población femenina en las aulas y en disciplinas antes consideradas para hombres: ingenierías, ciencias físicas, matemáticas, arquitectura.
Lentamente, la presencia de las mujeres en la política latinoamericana se hace notar: diputadas, senadoras, alcaldesas y con gobiernos populares, altos cargos de gobierno. En el ámbito del derecho, juezas, abogadas, rompían la hegemonía masculina. En la cultura, artistas plásticas, cantautoras, actrices, literatas, poetas. La sociedad vivía momentos de cambio. Las relaciones de poder familiar se cuestionan. La revolución sexual, los cambios de valores, el uso de la píldora, las estéticas marcan un punto de inflexión. La mujer entra de lleno en los escenarios y no habrá vuelta atrás. Los reductos seguían siendo el mundo rural, donde el machismo asume formas variadas, al igual que la violencia de género. Durante estas décadas se ganó en experiencia, autoestima y capacidad de liderazgo. Así lo expresa Marcela Lagarde: “Vale ser osadas pero no ponerse en riesgo y hacer cosas temerarias; porque sin osadía no llegamos a la vuelta de la esquina, no nos levantaríamos de la cama a vivir cada día. Se trata de tener una especie de equilibrio entre osadas y, al mismo tiempo, no ser temerarias. Ser temeraria significa no medir el peligro y arriesgarse, ser insensible al miedo, sentirse omnipotente y exponerse; en algunos acasos eso conduce incluso a provocarse daños. Ser temeraria es actuar como que no te fuera a pasar nada con lo que haces” (1).
Pero la resistencia a las tiranías supuso un cambio drástico en el enfoque de la lucha de la mujer en el contexto represivo. El movimiento feminista se expande por América Latina. Salvo en las dictaduras, la dominación patriarcal es cuestionada. En Centroamérica, las mujeres toman las armas, fueron comandantes revolucionarias. En los movimientos de liberación nacional, Frente Farabundo Martí en El Salvador, Frente Sandinista en Nicaragua, Unidad Revolucionaria Guatemalteca, su presencia se une a las mujeres indígenas. En Cuba la revolución da pasos en la misma dirección. La perspectiva de género se incorpora a las luchas democráticas. Los golpes de Estado significaron un proceso de involución, también, en la lucha de género. En México, el levantamiento zapatista revoluciona las dinámicas de género. Mujeres indígenas en la comandancia general revolucionaria reivindicando la condición de mujer campesina, madre e indígena. El escepticismo también alcanzó al gobierno militar. “A nosotras nos menospreciaron: esas ‘viejas locas’”. Desde abril de 1977, en que comenzaron las rondas en Plaza de Mayo, hasta octubre de ese mismo año –lapso insólitamente largo en el periodo de mayor represión– las Madres fueron ignoradas. A pesar de que en junio las rondas reunían cerca de cien mujeres, la actitud gubernamental era de cierta indiferencia: “Éramos inocentes amas de casa”.
Memoria de luchas
Gracias a la perseverancia de quienes nunca se doblegaron a las dictaduras a pesar del miedo y con el miedo a cuestas, tenemos los testimonios de la resistencia, y es posible reconstruir las luchas, impedir el olvido, la manipulación y la mentira. (…) La memoria colectiva, las luchas de resistencia forman parte del imaginario social que vive en la conciencia de quienes fueron víctimas de las tiranías. Sin embargo una visión mezquina busca eliminar el pasado. Hacer de la historia un relato flácido y sin mordente. Es la propuesta del olvido. El capitalismo digital se reacomoda. Los datos se presentan bajo una dinámica aleatoria perdiendo su comprensión. La mentira se articula bajo el hecho desnudo, así lo expone Juan Carlos Onetti en El Pozo, su primera novela, escrita en 1939: “se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.
La memoria colectiva y la historia son un campo de batalla. Forman parte de la guerra de cuarta generación desarrollada por el actual capitalismo digital. Sin memoria no hay recuerdos, no existe responsabilidad, culpables de genocidio, torturas ni crímenes de lesa humanidad. Todo se desvanece bajo la perspectiva de un pragmatismo ramplón. (...) Así se construye el olvido. La conciencia y la memoria son el objetivo de una nueva guerra psíquica consistente en el desprendimiento de la capacidad de pensar, de recordar.
Pero ahora es el momento de resistir, de no torcer la mano. Durante décadas de tiranías y golpes de Estado hubo quienes no renunciaron a su deber como demócratas, como ciudadanos, arriesgando su vida para hacer prevalecer la verdad y no se dejaron avasallar, ellos son el ejemplo. De allí la necesidad de mantener la lucha por la memoria, repensar la historia y defender la conciencia ética como el espacio de dignidad inherente al homo sapiens, sapiens.
La superación de las barreras del miedo, la perseverancia y la lucha por construir un mundo más justo, igualitario y digno sigue vigente. Los reveses no suponen abandonar, sino reinventarse. Hoy lo vemos en Brasil con un gobierno elegido desde la traición. Jair Bolsonaro no lo tendrá fácil. El fascismo en América Latina ha estado presente bajo formas diferentes. Hoy se sintetiza en la xenofobia, homofobia, racismo, odio articulado sobre la represión, la violencia y la persecución política. Es el rechazo a la vida. Criminalización de las protestas sociales. Son tiempos de resistencia, pero la fuerza no es suficiente para acallar los proyectos democráticos, anticapitalistas y emancipadores. Se lucha para ganar, para romper las dinámicas derrotistas, para aprender de los errores y los fracasos. Allende lo vio claro: “Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregamos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.