“¡Cuidado, puede chocar!, grita el capitán al responsable de las “mulas”, los remolcadores sobre rieles que aseguran el avance de los barcos sin que estos choquen contra los bordes de la esclusa. El portacontenedores, cargado de material electrónico proveniente del Sudeste Asiático, pasa sin dificultad a unos diez centímetros de los límites de la cámara, bajo la mirada atónita de turistas estadounidenses. “Todos los días tenemos sustos de este tipo”, suspira Judith Ríos, técnica a cargo de las operaciones. “La anchura es insuficiente para los nuevos tamaños”. El barco parte de nuevo. Con una media de ocho horas en total, todavía le faltan tres horas más para llegar al Atlántico. Debido a los obstáculos, cada vez más frecuentes, atravesar el canal supera con frecuencia las diez horas.
Estamos en Pedro Miguel, República de Panamá, a unos sesenta kilómetros de la capital del país. Las esclusas funcionan desde hace exactamente un siglo: (...)