El pasado 4 de junio, hombres armados, que supuestamente actuaban en nombre del Estado, dispersaron a los civiles reunidos desde hacía cerca de dos meses delante de la sede del cuartel general de las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) en Jartum. La represión, que ha provocado la muerte de entre 130 y 150 manifestantes, impacta por su magnitud en un África árabe en ebullición.
Desde junio de 1989, Sudán, país bisagra entre África y Oriente Próximo, se encontraba en manos de un grupo islamista que llegó al poder mediante un golpe de Estado militar. Aunque el país sufría entonces las consecuencias de la Guerra Fría, los sudaneses ya se enfrentaban por razones culturales profundas. El Gobierno islamista, liderado por Omar al Bashir, buscó durante años promover un programa fundamentalista revolucionario global que se suponía que pondría fin a la “guerra religiosa” entre el Norte (mayoritariamente musulmán) y el Sur (mayoritariamente cristiano). (...)