Al alba del siglo XXI, una especie desconocida comenzó a proliferar en las pequeñas pantallas británicas. Sus representantes se parecían hasta el engaño a los espectadores cuyos salones invadían: mismas calvicies incipientes, mismo leve sobrepeso. Sólo una cosa los separaba del común de los mortales: el poder de transformar el ladrillo en oro.
Gracias a sus consejos, todos iban a poder sacar provecho de la explosión de los precios del sector inmobiliario. Ellos eran los conductores de los programas de telerealidad, donde gente de verdad hace cosas verdaderas (como por ejemplo comprar, vender o remodelar una casa), bajo la estrecha vigilancia de un equipo de televisión. Formato gastado, pero para un tema –inversión inmobiliaria– irresistiblemente actual.
Antes de aventurarse, los novatos del sector inmobiliario tenían ahora la posibilidad de ver “¿Comprar o no comprar?” Una vez instalados, no tenían más que seguir los consejos del “Decorador jefe” para imprimir un sello moderno (...)