Cuando 850 millones de seres humanos viven bajo el umbral de pobreza, y su número aumenta. Cuando, cada 24 horas, decenas de miles de personas mueren de hambre. Cuando, día tras día, desaparecen etnias, modos de vida y culturas, lo que pone en peligro el patrimonio de la humanidad. Cuando el clima se deteriora y cuando surge la pregunta “¿vale la pena vivir?” en Nueva Orleans, en El Salvador, en el Sahel, en las islas del Pacífico, en Asia Central y en las orillas de los océanos, no podemos limitarnos a hablar sólo de crisis financiera.
Las consecuencias sociales de esta crisis se hacen sentir más allá del ámbito financiero: desempleo, vida cara, exclusión de los más pobres, vulnerabilidad de las clases medias y aumento incesante de víctimas. Seamos claros, esta crisis no es sólo un accidente o un abuso cometido por algunos actores económicos que requieren ser sancionados. La realidad (...)