El semestre de presidencia francesa de la Unión Europea (UE), que terminó el 31 de diciembre pasado, quedará marcado por el regreso de los Estados a la conducción de los asuntos comunitarios. La causa principal no es el activismo de Nicolas Sarkozy, sino la impotencia de las dos instituciones supranacionales de la UE, la Comisión y el Parlamento. Frente a los problemas planteados por la crisis sistémica del capitalismo que golpea a Europa partiendo de su epicentro en EEUU, dichas instituciones no tienen ni legitimidad democrática, ni medios políticos ni financieros para reaccionar eficazmente. Hasta el arrogante Banco Central Europeo, en su manejo de las tasas de interés, ha tenido que inclinarse sin siquiera ser consultado.
No hay una realidad europea homogénea (o muy poca) en el conjunto de los 27 Estados miembros de la Unión. Existen situaciones nacionales muy diferentes y que, por lo tanto, requieren respuestas específicas. Durante (...)