A medida que nos adentramos en el bosque de Białowieża, abrumadora masa verde, feroz y salvaje, tenemos la sensación de no llegar a penetrar en él. Nos absorbe y se vuelve cada vez más profundo. Pese a ir equipado con un GPS y las coordenadas de su destino, Stefan no sabe bien hacia dónde ir. Pero no ceja en su empeño y continúa avanzando, trepando, arrastrándose bajo los miles de árboles muertos, en suspensión o desplomados sobre el suelo. Cayendo entre matorrales de ortigas que se creen helechos arborescentes, luchando contra el acoso constante de hordas de insectos. Liberando sus botas del efecto succionador del cieno de los pantanos putrefactos. Manteniéndose alerta ante el menor ruido por si fuera de una patrulla de las fuerzas del orden o de un helicóptero.
Este joven activista busca a un grupo de migrantes indios que le enviaron un SMS con su ubicación tras cruzar (...)