Agosto de 1914: la Unión Sagrada. Tanto en Francia como en Alemania, el movimiento obrero se tambalea; los dirigentes de la izquierda política y sindical se suman a la “defensa nacional”; se ponen entre paréntesis los combates progresistas. Resulta difícil reaccionar de otra forma ya que, desde los primeros días del sangriento conflicto, los muertos se cuentan por decenas de miles. ¿Quién habría escuchado un discurso de paz en medio del fragor de las armas y de las exaltaciones nacionalistas? En junio, quizás en julio, todavía era posible detener el enfrentamiento.
Un siglo más tarde, el “choque de civilizaciones” no deja de ser más que una hipótesis entre otras. La batalla que podría tener lugar en Europa, en Grecia y luego en España, quizás permita conjurarla. Pero los atentados yihadistas favorecen el escenario del desastre; una estrategia de “guerra contra el terrorismo” y de restricción de las libertades públicas, también. Corren (...)