Cuenta Miguel de Cervantes que, de un lugar de la Mancha, salió en el siglo XVI un caballero con ánimo de enderezar entuertos, proteger vírgenes y desvalidos. En 1942, Domingo Zárate Vera, un enjuto hombre de aspecto sucio y desharrapado, se aventura a recorrer el desierto, pese a las burlas y amenazas de los que lo consideran un simple de espíritu. Ya de niño había comenzado a advertir formas sibilinas en las nubes con augurios de pequeños desastres. Tras la muerte de su madre se hace ermitaño en el Valle de Elqui, donde descubre, a través de una visión, que él es nada menos que la reencarnación de Jesucristo.
Las primeras experiencias de ambos iluminados son catastróficas: don Quijote no logra rescatar a un pastorcillo de las garras de su amo Juan Haldudo. Siglos más tarde, el ya conocido como el “Cristo de Elqui” se congratula de haber realizado un portento: (...)