“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas (…) de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de sí mismo” (J. L. Borges, El Hacedor).
Al menos hasta nuestros días, la convicción de la singularidad vertical de la especie humana en relación a las demás especies animadas, más que resultado de un posicionamiento filosófico era algo tan compartido como inmediato. Los humanos nos singularizaríamos por nuestra singular inteligencia, emisora de juicios cognoscitivos, éticos y estéticos. Esta jerarquía se extendía en relación a los vegetales, y aún con mayor razón a las cosas no vivas. De ahí la radical novedad que supone el hecho de que la cuestión de determinar si es posible que haya (...)