Leer la prosa de Rose Mary Salum en El agua que mece el silencio es entrever los intensos destellos de una mecánica disruptiva. Asistimos a la creación del artificio junto a las muchas interrupciones de la creadora mexicana, de origen libanés, que escribe desde algún lugar, cercano o en la distancia, a alguien que puede o no existir. Pero sobre todo hay momentos en los que la profesora de escritura creativa se olvida de sí misma, como hace a menudo Beckett, y encuentra algo interesante o grotescamente divertido en cuestionar su papel de poeta, su verdad o su ficción.
Nada es estable en el texto “La hora”: “El reloj. Apenas dos minutos han pasado, 58 para que la clase termine”. La voz surge desde lo más oscuro mientras se pregunta acerca de su propia existencia o deambula cómica alrededor de sus avatares: su pobreza, su inocencia, su cuerpo, lo mucho que (...)