En una de las salas mesopotámicas del museo del Louvre se eleva una imponente escultura de basalto de dos metros y medio de alto, tallada en 1730 a.c. En su cúspide, en su trono delante de Shamash –dios del Sol y símbolo de la justicia– está el rey Hammurabi y se reproduce su Código, uno de los más antiguos del mundo. Entre las leyes compiladas en caracteres cuneiformes figura la célebre ley del talión, que predica la reciprocidad del crimen y el castigo.
El Antiguo Testamento se inspira en este principio, afirmando (Levítico, 9,17-22): “El que hiera a otro mortalmente, sea quien sea, morirá irremisiblemente. El que hiera a una bestia mortalmente, la restituirá: animal por animal. El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente”. Más adelante, el Levítico (19, 18) predica, sin embargo, la reconciliación: “No (...)