Pese a llevar ocho años con la región bajo asistencia militar y económica, los ataques terroristas se han multiplicado, extendiéndose desde el norte al centro de Malí y posteriormente al norte de Burkina Faso y de Níger. Según la Oficina de las Naciones Unidas para África Occidental y el Sahel, en 2019 se contabilizaron cerca de 4.000 muertes, cinco veces más que en 2016. Móviles, flexibles, aprovechando el “vacío del Estado”, los grupos armados rehúyen las zonas urbanas y prefieren asentarse en los confines, las zonas fronterizas, esas rutas por donde transitan los alimentos, los traficantes de armas y de drogas, los combatientes y los migrantes.
Las fuerzas desplegadas en el Sahel desde la operación francesa “Serval” en 2013 no han podido con los pocos cientos o miles de combatientes de esos katiba (batallones), que evitan los enfrentamientos directos y han sabido desarrollar una estrategia de afianzamiento entre las poblaciones sin (...)