Hasta la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) se construyó de un modo ampliamente autónomo, en débil interacción con el contexto internacional extraeuropeo. Un poco como si estuviera sola en el mundo.
Ciertamente, el establecimiento de la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1958, como prolongamiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en 1952, era funcional a la lógica geopolítica de la Guerra Fría entre la URSS y el “campo occidental”. Y todo ello paralelamente a la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949 bajo la batuta de Estados Unidos. No obstante e incluso si, desde la Casa Blanca, la inscripción de la construcción europea en una relación de fuerzas político-militar global era su primera razón de ser, no era así como la percibían las opiniones públicas del continente. Para estas, la CEE –devenida en (...)