Irradiando una luz verde fluorescente, unas bombonas de vidrio emergen de la noche al borde de las carreteras de Cotonú y de Porto Novo, las dos ciudades más grandes de Benín. Luces de neón puestas sobre tablas de madera señalan los puntos de venta del kpayo, ese combustible de contrabando procedente de la vecina Nigeria. En gun gbé, una de las lenguas nacionales, kpayo significa “no original” o “sucedáneo”. Única esperanza de ganar un poco de dinero para miles de ciudadanos, este combustible atraviesa ilegalmente los 770 kilómetros de fronteras porosas que Benín, pequeño país de 10 millones de personas, comparte en su flanco este con Nigeria, el gigante de África Occidental con 177 millones de habitantes.
Achille y Marcel, dos hermanos de 21 y 17 años, se afanan en torno a su puesto al borde de un bulevar próximo al mercado de Dantokpa, el más grande de Cotonú (veinte hectáreas). (...)