Si el ascenso político de Yasir Arafat configuró el panorama palestino contemporáneo, su muerte lo transformará fundamentalmente. Arafat fue único en su género, y singularmente apropiado para la condición de su pueblo tras la guerra de 1948: derrotado, desposeído y disperso, sin un Estado que lo defendiera, un territorio que lo albergara, o una estrategia política que lo uniera. Los palestinos padecían divisiones de familia, clase y clan, estaban diseminados por toda la región y fuera de ella, explotados por los designios en conflicto de muchos y presa de las ambiciones de todos. Gracias a su historia y a su personalidad, a fuerza de carisma y astucia, seducción y prepotencia, suerte y absoluta perseverancia, Arafat llegó a representarlos a todos por igual y a erigirse en el rostro del pueblo palestino, tanto para ese pueblo como para el mundo.
El objetivo primordial de Arafat era la unidad nacional, sin la cual (...)