Iba a ser la panacea. Medios de comunicación, expertos y políticos lo pronosticaron en los años 1980-1990: la liberalización de los servicios públicos y las privatizaciones iban a permitir que los usuarios se beneficiaran de bajadas de precios, que las empresas innovaran y que el conjunto de la población se enriqueciera. Tres décadas más tarde, el balance es poco memorable: las privatizaciones han posibilitado sobre todo que el sector privado compre a bajo precio acciones de empresas rescatadas por el sector público, y la competencia desenfrenada ha generado nuevos costes al conjunto de los ciudadanos.
La historia de la economía no hablaba en favor de las privatizaciones. Las empresas nacionalizadas tras la Segunda Guerra Mundial habían permitido corregir las insuficiencias del mercado, relanzar la actividad, asegurar el funcionamiento de los servicios públicos y, sobre todo, marcar las pautas de la política económica e industrial del país.
Francia, inspirada por los economistas liberales (...)