Para conmemorar los veinticinco años del fallecimiento de su autora, regresa Una cabeza cercenada (1961), una novela sobre el afecto o su ausencia, que nos muestra a hombres y mujeres inmersos en la enrevesada trama de la irlandesa Iris Murdoch.
Cómo reconciliar discrepancias cósmicas a escala cómica es solo uno de los muchos dilemas a los que se enfrenta el héroe, Martin Lynch-Gibbon, cuyo recuento intenta catalogar (en vano) lo que se pierde en la narración. A los esfuerzos de Martin por conservar la cabeza sobre los hombros subyacen temas revolucionarios para la incipiente década de los sesenta del siglo pasado, así como las humillaciones y reveses de “un amor salido de las profundidades del ser donde habitan los monstruos”. Sombríos relatos atesoran una combinación luminosa de historia e intrahistoria en los escenarios tensos que fragua Murdoch; empapados de frases ingeniosas y repletos de hechos, vuelan por los aires nombres, fechas y tradiciones, señales y referencias.
“Soy una cabeza cercenada como las que utilizaban las tribus primitivas y los viejos alquimistas”, confiesa la misteriosa Honor Klein: “Las ungían de aceite y les ponían un pedazo de oro sobre la lengua para que formularan profecías”. Procede la sátira que urde la Dama comendadora de la Orden del Imperio británico (1987) pasando del aforismo al reparto de agudezas. La terapia escrita que nos propone Murdoch gestiona sus revelaciones y conserva sus reticencias con la habilidad de una medicación garabateada.