El sistema político israelí parece haber enloquecido. Un viejo partido moribundo renace súbitamente con toda la fuerza de la juventud. Un partido gobernante, que parecía tener asegurado el poder para las próximas décadas, se derrumba con igual rapidez. Hombres políticos inquietos por su futuro buscan desesperadamente aliarse con el bando correcto.
A los ojos de observadores superficiales, que son mayoría tanto en Israel como en el extranjero, este desbarajuste parece una sucesión de acontecimientos fortuitos. Pero, como dijo Polonio en Hamlet: “Aunque sea locura, no deja de tener método”.
Un cataclismo político es en sí mismo un acontecimiento extraño. Pero cuando dos terremotos políticos se suceden en tan corto intervalo, se trata de un fenómeno casi sin precedentes.
Primer sismo: el 9 de noviembre de 2005, Amir Peretz es elegido como cabeza del Partido Laborista. Segunda sacudida: el 21 de noviembre, Ariel Sharon abandona el Likud para formar un nuevo partido. Y de (...)