En 1990, Jacques Drapier, que el año anterior había sido elegido alcalde, socialista, de Neufchateau –bonito pueblo de 8.500 habitantes situado en la región francesa de los Vosgos– no vio ningún inconveniente en entregar la gestión del agua de la ciudad a una empresa privada. Por entonces, ese tipo de decisiones era muy común. En efecto, desde hace unos 20 años, los alcaldes franceses se inclinan masivamente por la “delegación”, pensando que, finalmente, para ellos será una preocupación menos, y que el tema quedará en manos de profesionales (ver el artículo de Marc Laimé, pág. 16).
Así fue como la gestión del agua de Neufchateau fue confiada a una empresa privada, la Compagnie de l’Eau et de l’Ozone (CEO), filial de Veolia, ex-Vivendi, ex-Compagnie Générale des Eaux. Las cosas habían comenzado bien, con la firma de un contrato por 15 años, pero se deterioraron rápidamente cuando Drapier se dio (...)