El pasado 14 de enero, los tunecinos derribaron un régimen despótico que había virado a la cleptocracia –un sistema basado en el robo y la corrupción– y también a una autocracia represiva. El poder estaba encarnado en una familia que saqueaba a la sociedad. La inmolación de Mohamed Bouazizi, un joven bachiller desesperado que vendía frutas y verduras en su puesto ambulante, el 17 de diciembre de 2010, disparó una revuelta que pudo con uno de los regímenes más represivos del mundo árabe. Sin embargo, en la región no faltan las dictaduras.
Este heroico levantamiento de un gran pueblo sirvió de ejemplo. Imprevisible, sin real liderazgo político, la rebelión se benefició de su carácter no estructurado. De haberlo tenido, es probable que el régimen la hubiera aplastado. Unidos por la única lógica del “hastío” contra la autocracia de Zine el-Abidine Ben Ali, los insurgentes estuvieron conectados vía internet, un tipo de (...)