Unas memorias indirectas es lo que contiene –las palabras son del prólogo de Juan Benet escrito en 1987– este “pequeño volumen de memorias en cierto modo contrapuesto a mi propósito de no escribir unas memorias ni un diario ni cosa parecida”. Textos a medio camino entre el ensayo y el artículo, son el resultado de una combinación de esfuerzos (la amistad y la memoria) que fueron escritos entre 1972 y 1986. Constituyen un gran testimonio sobre el ambiente literario en el Madrid de los años 1950.
La evocación de Baroja, jefe del “curso general sobre el desencanto” que se impartía en su piso de la calle Alarcón, va limpiando a los tertulianos de “toda clase de confianza en el entusiasmo” y los educa en el estoicismo y la imperturbabilidad; el retrato del pintor Caneja (el pintor “más rojo de los rojos”); el Madrid de Eloy, el hombre que “un día desapareció, (...)