En agosto de 1955, Emmett Till, un afroamericano de 14 años de Chicago, fue golpeado hasta la muerte en el estado de Mississippi, donde se encontraba visitando a algunos miembros de su familia. Sus dos asesinos blancos fueron detenidos y juzgados; el jurado solo necesitó una hora para dar su veredicto: “inocentes”.
Este asesinato no era nada excepcional: el Tribunal Supremo había declarado la abolición de la segregación racial en 1954 y esto desató una ola de resistencia con frecuencia violenta. La singularidad del caso obedece más bien al hecho de que sus autores fueron juzgados y que suscitó una ola de reacciones en el país, sobre todo gracias a la decisión de la madre de Emmett Till de organizar el funeral con el ataúd abierto: “La gente tiene que ver lo que le hicieron a mi hijo”, explicó. Las fotografías de su rostro vapuleado se vieron en todo el país.
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