El ensayo autobiográfico con el que J.M. Coetzee cierra su ingenioso ciclo de memorias noveladas es un durísimo juicio contra sí mismo, como hombre y como artista, juicio que no tiene posible apelación dado que el acusado ha muerto. Este artificio exculpatorio deja al lector con la sensación de ser el único asistente a la vista pública, incapaz de ver al encausado en la sala. Todo lo que alcanza a ver es el féretro.
El relato está dividido en cinco partes. Cada sección se dedica a una entrevista que el profesor Vincent, biógrafo de Coetzee, mantiene con cuatro mujeres que fueron, o pudieron ser, amantes de Coetzee. Y un solo hombre, ya al final que, como ha señalado el crítico James Meek, aporta muy poco al texto. Los artilugios literarios de Coetzee siempre mejoran la historia. Las mujeres hablan del amante fallecido (y de sus libros) con excepcional (...)