En una reciente entrevista Karl Deisseroth, uno de los pioneros en la investigación sobre optogenética, una técnica de manipulación neuronal, decía que la construcción del yo y de la realidad, “Es muy interesante por muchos motivos, pues tiene que ver con la filosofía y la ética”. Ambos aspectos están muy presentes en la esquizofrenia, la psicosis de la realidad alterada.
Desde registros muy diferentes, metodológicos, de experiencia y de comprensión de las psicosis, Fernando Colina, estará, sin duda, de acuerdo con esta apreciación.
Estamos ante al reedición de un libro de 2013 que puede ser abordado desde muy diferentes perspectivas. Sin duda, interesará a las personas profesionales de la psiquiatría y de la psicología para quien el autor es, sin duda, una referencia. Tanto por su producción científica como por su experiencia como Director del Hospital psiquiátrico Dr. Villacián en Valladolid.
Pero es un libro que interesará también a las personas preocupadas por la ética, por el poder y sus usos observados estos desde uno de esos “márgenes” a los que Foucault dedicó su investigación: la locura.
Esta es una de las primeras aportaciones de mucho interés del libro, en mi opinión, considerar la dimensión social de la locura y cuestionar la lógica de la individualización del malestar y del dolor. Esta tendencia dominante, impuesta culturalmente por el neoliberalismo, y que nos hace responsables por nuestro propio malestar. Para nada cuentan las condiciones laborales, la situación social o, como es el caso en el estudio de las psicosis, los cambios en la subjetividad vividos por occidente, especialmente, en los dos últimos siglos.
Esta dimensión histórica de las psicosis y en particular de la esquizofrenia, es un elemento relevante de su reflexión. Desde la perspectiva de Colina: “Sometida a tensiones distintas en el dominio del deseo y del pensamiento (la modernidad), ha forjado una locura nueva, un desgarro inédito que coincide con lo que hoy identificamos como esquizofrenia”. Podemos observar transformaciones relevantes en las fórmulas educativas, en la administración de los duelos, en los ideales familiares y colectivos, en los estilos de crianza, en la intensidad de los apegos e “incluso en la idea y la relación con dios”. De modo que “es recomendable aceptar que han surgido nuevas formas de soledad, división y melancolía que debemos estudiar”.
Este enfoque incorpora este libro a la corriente de reflexión expresada por diferentes autoras en relación a los cambios en la subjetividad, como los de Eva Illouz y las modificaciones en las relaciones afectivo-sexuales.
Esta historicidad afecta a otros aspectos de la locura: como el papel de la psiquiatría y su capacidad de enunciar y clasificar, del sistema judicial como competente para limitar el poder del psiquiatra, o de los derechos de las personas que viven/sufren una psicosis.
En este punto, la psiquiatría es un arte, el arte de no intervenir, aquel que respetaría la autonomía y libertad del paciente. Un arte que apostaría por una psiquiatría “expectante” o contenida frente a otra “heroica” o intervencionista.
Un libro recomendable para aproximarnos a los márgenes e indagar sobre el modo en que el poder opera, nos define y nos limita.