Hacia el año 1000, Harald I, llamado “Diente Azul”, creó el reino de Dinamarca. Convirtió su tierra vikinga al cristianismo, estableció un protectorado sobre Noruega y se alió con los suecos. De ese modo, desapareció el culto oficial del maravilloso panteón nórdico. Yggdrasil, el árbol-mundo; Landvættir, los espíritus de la tierra; Bifröst, arcoíris-puente de los dioses; y el culto de los elfos, las ondinas, los lobos, los cisnes… Sin embargo, ese antiguo paganismo, caldo de cultivo del folclore popular, de las sagas mágicas (y en parte del Señor de los anillos de John Ronald Reuel Tolkien), alimentará durante mucho tiempo la pasión escandinava por los cuentos y relatos.
Celebérrimo, universal, Hans Christian Andersen creará una nueva mitología, un mundo surreal en el que los soldados de plomo viajan en peces, las flores van al baile, las teteras se desmayan, los burócratas escriben poemas, las agujas tienen orgullo y los abetos ambición. (...)