Con la euforia de las independencias, conquistadas en los años 1960, los países del África subsahariana quisieron romper con una división internacional del trabajo que les asignaba la función de exportadores de materias primas e importadores de productos manufacturados. Se consagraron entonces a diversificar sus economías, mediante la industrialización y el fortalecimiento de su capacidad productiva. Pero rápidamente tropezaron con una dificultad: con la notoria excepción de Sudáfrica y Rodesia (actual Zimbabue), gobernados en el pasado por una minoría blanca, ninguno de ellos tenía acceso a los mercados internacionales de capitales, por carecer del salvoconducto expedido por las agencias internacionales de calificación financiera. De manera que debieron restringirse a los fondos privados garantizados por los Estados, a los fondos bilaterales acordados por el Club de París y a los fondos multilaterales que prestan los organismos internacionales: Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial y Banco Africano de Desarrollo (BAD).
Al mismo tiempo (...)