El encarcelamiento de disidentes a quienes se les demostró su dependencia financiera de las agencias desestabilizadoras de EE UU ha hecho patente la irracionalidad de la política estadounidense contra Cuba y la sumisiónde la Unión Europea. Ya nadie discute si los disidentes condenados eran clientes o no de EE UU, ni si el representante imperial en La Habana, míster Cason, quemó o no a “sus muchachos” con su actitud prepotente. Ahora se habla de si esa clientela es un error político o no.
En el año 2000, la red financiada por la Agencia Internacional para el Desarrollo de EE UU (USAID) y la National Endowment for Democracy, siniestra organización creada para realizar abiertamente lo que la CIA solía hacer de modo secreto, canalizaron 2 132 000 dólares para planificar la transición en Cuba; 670 000 dólares para “la publicación en el extranjero de la obra de periodistas independientes de la isla”; (...)