Imaginemos que el mundo ya no estuviera regido por la superioridad de la mercancía y de su precio. El periodista no tendría entonces ninguna razón importante para insistir en que sus artículos continúen siendo impresos sobre papel, transportados después en camiones hacia las distribuidoras o enviados por correo a los suscriptores. Gracias a internet, tendría incluso la ventaja de poder difundir su información, sus análisis, a los lectores del mundo entero; llevarlo a cabo instantáneamente, a menor coste, y a ello agregarle, llegado el caso, sonido, imagen, referencias.
Pero, por una parte, contentarse con eso ahorraría una reflexión referida a la manera de leer, de reflexionar, de retener, que es diferente sobre una pantalla que sobre un papel. Por otra parte, mientras el paraíso de la gratuidad no se extienda a la sociedad entera, no se puede tampoco considerar despreciable el modelo económico que las nuevas tecnologías hacen peligrar, proponiendo ahora (...)