Consecuencia de la guerra de Irak y del enfrentamiento que opone la red Al Qaeda a Estados Unidos y sus aliados, los atentados del 11 de marzo en España vinieron a recordar dolorosamente que un año después del ataque contra Bagdad el mundo aparece más inestable, más violento, más peligroso.
Contrariamente a la promesa del presidente George W. Bush, el conflicto “preventivo” en Mesopotamia no ha reducido la intensidad del terrorismo islámico. Muy al contrario. Sus ondas expansivas fomentadas por añadidura por el modo desatroso en que se produjo la ocupación de Irak, no dejan de alcanzar territorios hasta entonces a salvo, como Bali, Marruecos, Turquía y ahora la Unión Europea. De manera odiosa, esta vez ha golpeado a estudiantes y trabajadores, entre ellos muchos inmigrantes, que viajaban a bordo de trenes suburbanos en dirección a Madrid.
Más allá de la significación que actos tan abominables pueden tener en el tablero (...)