La espectacular recuperación del lustre del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en el ámbito nacional a lo largo de los últimos meses es la prueba —si alguna hacía falta— de la formidable capacidad de rebote de esta figura política. Una facultad que explica su excepcional longevidad en el poder. Pero lo cierto es que Netanyahu ya había empezado a recobrar su popularidad entre la opinión pública israelí más de derechas en la pasada primavera, cosa que logró resistiéndose a la presión de la Administración estadounidense —particularmente tímida, también es verdad— para que llegara a un acuerdo de alto el fuego y de intercambio de prisioneros con Hamás.
En mayo, lanzó sus tropas al asalto de la ciudad de Rafah y el resto de la zona fronteriza con Egipto pese a las amonestaciones de Washington. Con ello suprimió el principal atractivo del proyecto de alto el fuego a ojos de la dirección (...)