En la URSS, no había nada más serio que el uso de las palabras. El discurso aún no conformaba un mercado, no había pasado por la trituradora del relativismo posmoderno, sino que, al igual que en las sociedades tradicionales, constituía un orden simbólico donde las convenciones, los rituales, nada tenían de fortuito. ¿Acaso el Politburó, la instancia más alta del país, no llegaba incluso a discutir seriamente el estreno de una película, la publicación de un libro de poemas o una novela capaces de educar al pueblo o desviarlo de la justa verdad? ¿Acaso los nomenklaturistas de los niveles más altos no estaban al acecho de las canciones de un Vladimir Vyssotski o de las radios occidentales?
Entonces, sería erróneo pensar que las grandes palabras pronunciadas por Mijail Gorbachov en 1984-1985 no eran más que palabras. Hasta ese momento, el discurso oficial reconocía que el sistema podía perfeccionarse. Pero el término (...)