Poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, artistas e intelectuales noruegos dirigieron una carta abierta al Gobierno socialdemócrata en la que señalaban que la población se merecía un mejor acceso a la cultura, sobre todo en las regiones poco pobladas. El poder respondió organizando un sistema itinerante de teatro, cine y exposiciones de arte. Sobre esa base, el país creó y desarrolló un sistema único que se extiende actualmente a todo el territorio.
Desde luego, Noruega puede permitirse esta política: el petróleo del mar del Norte la ha convertido en uno de los Estados más ricos del mundo y sus reservas (las más grandes del planeta por habitante) no están destinadas a cubrir el déficit presupuestario.
En los años 1950, los editores noruegos comprendieron que su actividad estaba en peligro. La mayoría de sus compatriotas leían danés y, al poder acceder fácilmente a los libros de su poderoso vecino, veían (...)