A primera vista, el buque ruso está capeando el temporal que desató el Kremlin al atacar a su vecino ucraniano. Más de un año después del inicio de la guerra, la economía del país se ralentiza sin llegar a hundirse (–2,1% en 2022). De conceder crédito a los sondeos, incluidos los realizados por instituciones independientes del poder (1), la mayoría de la población sigue decantándose a favor de la continuación de las operaciones militares. Ahora bien, las grietas en el edificio de la sociedad se ensanchan y surgen llamativas convergencias: sea cual sea su opinión sobre la guerra, cada vez son más los rusos que desconfían de las “élites”. El fenómeno, ya perceptible antes del comienzo de la invasión en febrero de 2022 (2), se está extendiendo.
Con el ambiente de temor que se está instalando en Rusia, tomar el pulso de su sociedad tiene algo de proeza. La lectura de las notas metodológicas que los institutos de encuestas independientes añaden a sus resultados aportan en ocasiones datos útiles. Por ejemplo, el desplome de los índices de respuestas. Según Russian Field, un proveedor de estudios de marketing y encuestas de opinión, solo entre el 5,9 y el 9,3% de las personas encuestadas responden a todas sus preguntas sobre la “operación militar especial”, un índice de tres a cuatro veces inferior al de las encuestas realizadas antes del conflicto (3). El pasado febrero, en uno de sus sondeos (4), Russian Field propuso elegir entre medidas dirigidas a intensificar la ofensiva y otras en favor de la paz. Solo el 27% de los encuestados declaraba apoyar la escalada, frente a un 34% favorable a hallar un camino para llegar a la paz.
Tres grupos sociales se definen. El “partido de la guerra” –que, según los sondeos, representa entre el 25 y el 37% de los encuestados– aprueba la persecución de los que protestan, se declara dispuesto a sacrificar las políticas sociales en beneficio de los objetivos militares y condena a los desertores. Esta categoría está singularmente bien representada entre las personas de mayor edad y las de ingresos más elevados. En el otro extremo del espectro, el “partido de la paz” –entre el 10 y el 36% de los encuestados– agrupa sobre todo a los jóvenes y a los encuestados más pobres. A los que se hallan entre ambos extremos les cuesta responder o dan respuestas contradictorias: aunque a menudo se oponen a una escalada militar, se atienen a la postura oficial de las autoridades.
El partido de la guerra tiene sus portavoces en las redes sociales a través de las cuentas de los que podríamos denominar “turbopatriotas”. De momento, su libertad de expresión no se ha topado con restricción alguna, pero suscita cierta inquietud entre los dirigentes, que temen una subida de tono. “Lo que debemos temer no es un Maidán liberal: todos los liberales han huido. […] Hoy, el único peligro para nuestro Estado es un Maidán turbopatriótico teñido de un ligero izquierdismo y, por añadidura, los debates sobre la corrupción”, declaró el pasado febrero Oleg Matvéichev, diputado del partido presidencial Rusia Unida en la Duma (5).
Desde el comienzo de la invasión, supuestos “corresponsales de guerra” (voyenkory), en su mayoría militantes de extrema derecha con conocimientos militares o paramilitares, garantizan la cobertura de las operaciones en las redes sociales. El más famoso es Igor Strelkov, un exoficial del Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso) de obediencia monárquica. En 2014 se puso a la cabeza de un destacamento de voluntarios rusos y tomó la ciudad de Slaviansk, en el Donbass ucraniano. Por entonces Moscú apoyaba militarmente a los separatistas, pero los líderes de la índole de Strelkov, los más turbulentos y exaltados, inquietaban al Kremlin (6). Strelkov tuvo que abandonar el Donbass. Hoy, en su canal de Telegram, con más de un millón de seguidores, se lamenta de la falta de firmeza de las autoridades contra el enemigo ucraniano. Al igual que otros nacionalistas radicales, denunció las taras del régimen de Vladímir Putin de resultas de los reveses militares del otoño de 2022: mala organización del aprovisionamiento del Ejército, debilidad de la industria armamentística, incompetencia y corrupción de los generales y mediocridad de una élite dirigente que vive en el lujo mientras la patria corre peligro. Incluso insinúan que una parte del entorno de Putin trata de reconciliarse en secreto con Occidente, incluso al precio de una capitulación. “Si buscan el desastre de Rusia en esta guerra, probablemente no podamos tocar a sus queridos socios occidentales, pero, en cuanto a ellos, haremos lo que haga falta para ponerles la mano encima”, escribió Strelkov el 3 de febrero de 2023. Pone en duda que el actual Gobierno sea capaz de ganar la guerra. Maxim Kaláshnikov, aliado de Strelkov y admirador de la política agresiva y expansionista de Stalin, escribió: “La Gran Perturbación [como denomina a las consecuencias de la guerra, NdlR] es ya inevitable. Los que están en las altas esferas lo saben y están asustados. Nuestro objetivo es transformar la Perturbación en una victoria nacional y patriótica” (7).
La “ira” de los patriotas ajenos al sistema ha conquistado a los lealistas del partido de la guerra, lo cual es motivo de considerable inquietud en el Kremlin. Sobre el fondo de su competencia con los generales del Ejército regular, Yevgueni Prigozhin, propietario del Grupo Wagner y a la cabeza de un ejército privado desplegado en Ucrania, ahora especula sobre los problemas de la desigualdad social, la corrupción y la incompetencia de la jerarquía militar. Pero su activismo público disgusta a la Administración presidencial, que le ha impedido el acceso a las cárceles entre cuyos reclusos reclutaba voluntarios para el frente. El nuevo jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, hizo que se redujera el abastecimiento de munición del Grupo Wagner. ¿Reacción de este antiguo servidor fiel a más no poder del presidente? Obligar a sus combatientes a grabar vídeos al estilo de los de Stralkov en los cuales acusan de traición a los altos mandos y los funcionarios. En uno de ellos, un combatiente, en pie delante de unos cadáveres, declara: “Dejen de hacer idioteces, […] déjennos defender nuestra patria” (8). Prigozhin cruzó una nueva línea al mencionar, en un vídeo publicado el día de las celebraciones del 9 de mayo, a un “abuelito feliz que cree que todo va bien”: “¿Qué será de Rusia si resulta –solo es una suposición– que el abuelito es un gilipollas redomado?”, añade, en una alusión casi transparente a Vladímir Putin.
El enfado también afecta a los soldados y oficiales que están en las trincheras. La movilización anunciada a finales de septiembre de 2022 reclutó a entre 320.000 (según las cifras oficiales) y 500.000 (según estimaciones independientes) soldados (9). Las recientes disposiciones aprobadas por la Duma en abril de 2023 –llamada a filas por medios electrónicos, prohibición para los convocados de abandonar el país, congelación de los bienes inmobiliarios de los exiliados– es de suponer que aumenten aún más su número. La movilización ha afectado ante todo a las regiones más pobres, en especial las ciudades pequeñas y los pueblos de provincias desoladas, que constituyen la tradicional base electoral de Vladímir Putin. Las autoridades convocaron antes que a nadie a oficiales en la reserva y hombres con una especialización militar: varones de mediana edad, procedentes de regiones alejadas de Moscú, con ingresos bajos o medios: el menospreciado retrato sociológico de los “neutrales”, los que apoyan la guerra no por convicción militarista, sino por lealtad, y sobre cuyos hombros, pese a ello, ha recaído el peso de los combates.
El Estado no escatima medios para evitar una insurrección. De media, los sueldos ascienden a 200.000 rublos al mes (unos 2500 euros), diez veces más que el salario que un trabajador puede esperar percibir en una ciudad pequeña de una región desindustrializada. En abril, Vladímir Putin anunció la creación de un fondo especial para los veteranos de guerra y las familias que han perdido a un deudo en los combates. Pero Maxim Kaláshnikov considera, en un vídeo publicado el pasado 5 de febrero en Roi TV, su canal de YouTube, que solo una victoria permitirá la supervivencia del régimen: “Está apareciendo una realidad totalmente nueva. Habrá hombres que vuelvan del frente con armas en las manos. Se parecerán a los veteranos alemanes e italianos de la Primera Guerra Mundial: volverán radicalizados, con un fuerte sentimiento de justicia ultrajada. Y no van a escuchar las obscenidades de Rusia Unida”.
De momento, los soldados han optado más bien por mostrar su “radicalidad” de otro modo. Aunque esporádicos, han estallado motines: movilizados que protestan contra la falta de material y entrenamiento, abandonando sus unidades, peleándose con sus oficiales o deteniendo los trenes de transporte. Las autoridades han logrado ahogar la primera ola de descontento por medio de la represión: soldados encerrados en sótanos, golpeados e intimidados. Algunos de los insurrectos han sido condenados a fuertes penas con un propósito ejemplarizante (10). En enero, los movilizados fueron transferidos en masa al frente desde las unidades de retaguardia y las bajas aumentaron considerablemente. Mientras que en 2022 los periodistas lograban dar los nombres de entre 200 y 250 soldados rusos muertos por semana (las bajas reales puede que fueran mucho más elevadas), en marzo de 2023 la lista podía llegar a más de 800 nombres por semana (11).
La prensa se hace eco de los casos de deserción, probablemente más numerosos en realidad: soldados que huyen de los hospitales (12), que saltan de los trenes que los llevan al frente (13) o recorren decenas de kilómetros para perderse en la retaguardia (14). Los parientes de los movilizados crean cientos de grupos de chats en línea para ayudar a los desertores a trazar su itinerario, encontrar alojamiento y evitar las patrullas militares. En febrero y a principios de marzo se difundieron por internet no menos de 18 vídeos en los cuales unidades enteras de llamados a filas se negaban a realizar misiones de combate y solicitaban ser enviados de vuelta a la retaguardia (15).
La antropóloga Alexandra Arjípova ha contabilizado al menos 85 lugares en 65 ciudades donde la gente lleva flores y juguetes, un gesto silencioso y sin eslóganes para expresar su solidaridad con los ucranianos y su oposición a la guerra (16). Pese a esta voluntaria discreción, varias personas han sido detenidas en las cercanías de estos “monumentos florales” y más adelante han sido condenadas por “desacreditar al Ejército ruso”. Pero, a pesar de ello, los rusos que han corrido el riesgo con total conocimiento de causa se cuentan por miles. La investigadora y su equipo han constatado que muchos de ellos jamás habían participado antes en manifestaciones de la oposición. Instalaciones conmemorativas de este tipo han aparecido en ciudades que nunca se habían caracterizado por protestas contra el Gobierno, como Oremburgo, Nizhni Taguil, Omsk o Gorno-Altaisk.
Solo un cuarto de estos monumentos florales ha aparecido en lugares relacionados con Ucrania, como calles con nombres “ucranianos”. En 47 de los 85 casos, las conmemoraciones se celebraron en lugares asociados a víctimas de crímenes o errores del Estado: monumentos en memoria de las víctimas del terror estalinista o de catástrofes de origen humano como Chernóbil, o bien lugares en los que se cometió el asesinato de opositores. “El mensaje no deja lugar a dudas: el Estado ha matado a gente, la mata hoy y seguirá matándola”, sostiene Arjípova. En las ciudades de Shajty y Sarátov, la gente ha elegido monumentos a las víctimas del fascismo como lugar de conmemoración, estableciendo así un paralelo entre la guerra de agresión contra Ucrania y la invasión de la URSS por los nazis. Otra ola de “protestas florales” tuvo lugar con motivo del primer aniversario del comienzo de la guerra. Pese a lo especialmente severo de la represión policial, volvieron a surgir al menos 82 lugares espontáneos de recogimiento en 59 ciudades (17). La ofrenda de flores en monumentos a las víctimas del Estado se ha convertido, así, en una forma duradera de acción colectiva de quienes se oponen a la guerra.
Aunque la guerra ha tenido un efecto de cierre de filas en torno a la bandera, este debe ser matizado. En todos los estratos de la sociedad y todos los sectores ideológicos se asiste al mismo proceso: el “nosotros” y el “ellos” han adquirido un nuevo sentido. Si bien el primero abarca varios significados (“gente corriente”, “verdaderos patriotas”, “víctimas del Estado”…), el segundo es menos ambiguo: se trata de las autoridades, y no solo ya del enemigo exterior. Si el Kremlin no logra cambiar las cosas en el campo de batalla, el frente podría desplazarse hacia la retaguardia. Y a los ojos de los integrantes de todos los bandos, desde los nacionalistas hasta los pacifistas, el poder que ha llevado al país al borde de la catástrofe aparecerá como el único culpable. La batalla por Ucrania se convertirá, de ser así, en una batalla por una nueva Rusia.