La preocupación en torno a la posibilidad de que el desarrollo humano y el cambio climático estén llevando a los recursos de agua a alcanzar sus límites, ha llevado a muchos a referirse a este preciado bien con el nombre de «el nuevo petróleo», en un momento en el que empresas e inversores se esfuerzan cada vez más en asegurar su acceso a los recursos hídricos, ya que esperan un futuro aumento de los precios y un auge exponencial de la escasez.
Sin embargo, esta comparación, propia de los mercados, que considera el agua y el petróleo como materias primas, pasa por alto una diferencia crucial entre ambos: el petróleo puede ser sustituido por otras fuentes de energía. Los millones de personas que se enfrentan actualmente a la escasez de agua en todo el mundo, saben de sobra que el agua no tiene sustituto. Si bien el agua es una fuente renovable cuya cantidad general se mantiene estable a nivel global, su disponibilidad cambia según el lugar y el momento, un hecho que se ha visto exacerbado a consecuencia del aumento del consumo y el empeoramiento de la calidad. Para comprender la gravedad de la situación, no hay más que pensar en los problemas que atraviesa Ciudad del Cabo; sus habitantes han tenido que hacer frente a la peor sequía en casi un siglo, y ahora temen perder el suministro de agua potable a finales de este año.
Al parecer el problema empeorará aún más. La competencia por el agua se irá intensificando poco a poco conforme siga aumentando la población mundial, que rondará los 9.000 millones de personas en el año 2050. Además, se cierne sobre nosotros la sombra del cambio climático. Por cada aumento de 1°C en la temperatura del planeta, se calcula que habrá 500 millones de personas que sufrirán un descenso del 20 % en la disponibilidad de recursos de agua dulce.
Ya va siendo hora de que todos nos demos cuenta de que nuestra explotación de esta fuente renovable tiene un límite, y debemos aprender a hacer un uso más sensato de la misma. La escasez de agua amenaza la seguridad alimentaria y la nutrición, puede generar conflictos y pone en riesgo ecosistemas y medios de subsistencia si no se ataja convenientemente. En 2015, más de 660 millones de personas en el mundo no disponían de acceso a agua potable tratada.
La escasez de agua y las sequías son una amenaza para la salud humana, animal y vegetal, y desencadenan fenómenos migratorios, como han demostrado recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Asociación Mundial para el Agua, en un estudio que vincula los movimientos migratorios con la reducción de la productividad agrícola relacionada con la escasez de agua.
Las sequías se están convirtiendo en un fenómeno cada vez más común; es una necesidad imperiosa que contemos con enfoques proactivos que busquen mejorar la gestión de los recursos hídricos. No podemos evitar que suceda una sequía, pero sí podemos evitar que esta derive en hambruna. Brasil es un buen ejemplo en este sentido: en 2003, el Gobierno brasileño lanzó un programa destinado a construir un millón de cisternas para almacenar agua de lluvia en la región noreste del país. Los costes de instalación de cada pequeña cisterna no alcanzaron los 1.000 dólares y permitieron a las familias tener acceso a agua potable durante ocho meses de sequía.
La FAO incidirá en estos problemas a medida que vaya asumiendo el liderazgo conjunto del Grupo Mundial sobre Migración de las Naciones Unidas, junto a la Organización Internacional para las Migraciones en 2018.
Como organismo codirector del Grupo Mundial sobre Migración, rol que comparte con la Organización Internacional para las Migraciones, la FAO aboga por una migración segura, ordenada y estable, de forma que pueda contribuir al desarrollo económico y mejorar la seguridad alimentaria y las vidas de las personas tanto en los países de origen como en los de acogida.
La FAO tiene que desempeñar un papel fundamental a la hora de proporcionar a las poblaciones rurales una alternativa a la migración, creando comunidades rurales más fuertes y resilientes a la escasez de agua y ampliando las oportunidades de subsistencia. La migración debería ser una elección en vez de la única opción viable.
Son muchas las razones a las que se debe la escasez de agua. El desarrollo económico y el aumento de la población hicieron que el consumo de agua creciera el doble de rápido que la población mundial durante el siglo pasado. Una deficiente gestión de los recursos hídricos y la ausencia de inversión en los mismos también han contribuido a que se dé la situación actual, en la que los recursos no están al alcance de aquellos que los necesitan.
La agricultura es, al mismo tiempo, causante y víctima de la escasez de agua. Representa aproximadamente un 70 % de las extracciones de agua dulce. La agricultura por riego genera el 40 % de las cosechas, pero es el sector sobre el que recae el 84 % del impacto económico de la sequía. Teniendo en cuenta las condiciones actuales, la agricultura tendrá que producir alrededor de un 50 % más de alimentos en el año 2050. Como consecuencia de una tendencia hacia dietas que prefieren la carne y los lácteos, productos que requieren grandes cantidades de agua para su producción, esta presión sobre los recursos aumentará todavía más.
Es necesario que la solución incluya una reforma de la agricultura. La comunidad internacional ha creado un Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) específico dedicado al agua, y ha incluido el objetivo concreto de mejorar la gestión de este recurso natural fundamental en todos los ODS. Las medidas adoptadas para producir más con menos agua y reducir las pérdidas en el sector agrícola aportan además otros beneficios, incluso en lo que respecta a objetivos relacionados con la pobreza extrema, el hambre y la malnutrición y el cambio climático.
Las medidas y estrategias que se adopten deberán abordar el uso del agua, la producción agrícola, la seguridad alimentaria y el cambio climático de forma integrada. El Marco mundial sobre escasez de agua en agricultura (Global Framework on Water Scarcity in Agriculture (WASAG)), liderado por la FAO y presentado durante la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático que tuvo lugar en Marrakech, reúne a las mentes más brillantes en gestión de recursos hídricos y agricultura con el fin de diseñar tales estrategias.
También resultará de gran ayuda que se adopten medidas en lo que concierne a la pérdida y el desperdicio de alimentos. Una investigación llevada a cabo por la FAO demostró que la cantidad de alimentos que se producen sin llegar a ser consumidos alcanza los 1.300 millones de toneladas anuales, consumiendo una cantidad de agua equivalente a tres veces la del Lago Lemán. Si queremos ahorrar agua, debemos abordar el desperdicio de alimentos a lo largo de toda la cadena de valor, desde la granja hasta el plato y desde la fuente hasta el mar. Si a ello le añadimos un consumo responsable y unas dietas más sostenibles, los recursos hídricos, los terrenos y la tierra se verán beneficiados (por no hablar de que, además, conseguiríamos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero).
El sector privado es otra de las piezas clave del rompecabezas. Las empresas ya están al tanto de los posibles impactos en sus resultados (en 2016, las mayores empresas del mundo reportaron pérdidas de 14.000 millones de dólares por problemas relacionados con el agua). Pero necesitamos atraerlos al redil si queremos garantizar una colaboración entre todas y cada una de las partes.
Queda mucho por hacer, tal y como señaló la FAO en su informe a la presidencia Alemana del G20 en 2017: desde la modernización de los planes de riego hasta la mejora de los sistemas de abastecimiento de agua, así como apostar por los sistemas de datos e información sobre recursos hídricos. Todas las herramientas que necesitamos están a nuestra disposición.
Ahora que la comunidad internacional se dispone a reunirse en el Foro Mundial del Agua que se celebra en Brasilia, el mensaje no puede ser sino este: debemos actuar unidos y con premura para hacer un uso sensato del agua, garantizando así el poder lograr erradicar el hambre.