Nadie podrá decir que no sabía. Y este libro es el compendio de todo lo que cualquier español sabe, aunque no quiera pensar en ello o le resbale sobre la conciencia.
Pobreza y violencia sistémicas han sido las consecuencias del colonialismo y de la constante intervención neocolonial sobre los pueblos africanos. Cuando los desposeídos buscan en Europa la salvación de sus familias y de sus poblados, que financian colectivamente su cara y peligrosa travesía, solo encuentran en nuestras fronteras rechazo, desprecio y una violencia que va en aumento. La tragedia del Tarajal de 2014, en la que quince inmigrantes murieron ahogados a causa de una lluvia de disparos de balas de goma mientras intentaban entrar a nado en Ceuta, es un claro exponente de esa violencia.
Negro es un exhaustivo relato sobre la situación en la frontera sur de Europa realizado por un reportero valiente e incansable, Sergi Cámara (Vic, Barcelona, 1970), uno de los cada vez más escasos fotógrafos que, a pesar de la indiferencia de la prensa del poder y del desprecio de los teóricos y comisarios de la fotografía elitista, continúa convencido de que la presencia en los lugares donde se hace visible la injusticia es la primera línea de combate de la imagen comprometida con el género humano. Cámara lleva más de una década documentando la violación constante de los derechos más básicos de los africanos que huyen del hambre y la guerra. La base del presente relato se sitúa en ambos lados de la siniestra valla de Melilla, pero Cámara ha trabajado el mismo tema en otros tramos de la ruta que siguen los migrantes subsaharianos en su camino hacia Europa, como la frontera entre Malí y Argelia.
En otros proyectos ha documentado la migración centroamericana hacia Estados Unidos; la de los somalíes hacia Yemen, antes de que Arabia Saudí provocara la sangrienta guerra que está destrozando ese país; la de las gentes que huyen de Eritrea, Somalia y otros Estados africanos hacia Italia a través de Libia y, ya dentro de Europa, las dificultades para superar fronteras; la de las familias sirias o afganas que alcanzan la isla griega de Lesbos desde Turquía; o el tráfico de órganos en Egipto en la ruta hacia Europa de migrantes sudaneses.
Cámara fotografía sin retórica. No la necesita para dejar constancia de los efectos que la política del dominio y la depredación causa en tantos lugares. Este autor ejerce el único testimonio posible: el de la presencia y el conocimiento profundo de las realidades que fotografía; a continuación aplica la constancia para buscar y escuchar testimonios que le abran vías con que ir construyendo el documento; planifica con previsión la forma de situarse en los lugares y los momentos significativos y, por supuesto, mantiene siempre vivo el motor de su misión: la empatía con los desposeídos. De esta forma completa una de las funciones más necesarias y al tiempo más menospreciadas por los medios de comunicación mayoritarios. El mercado de la fotografía también rechaza el trabajo de fotógrafos como Cámara, a los que el pensamiento estético dominante estigmatiza como repetitivos o carentes de estilo; subterfugios bien recompensados por el poder para anular la función más importante que puede cumplir la imagen: hacernos conscientes del mundo en que vivimos y de nuestra posición respecto al mismo.
