Los gallegos bien sabemos que, desde tiempos remotos, impera el matriarcado en nuestra tierra. Brujas haberlas hailas, pero lejos estamos de utilizar el masculino. La reina Lupa y María Castaña encarnaron la resitencia a los romanos y a la Iglesia católica; María Pita, y no un varón, se enfrentó al almirante Moore en A Coruña. Concepción Arenal acuñó el precepto aún deseable “Odia el delito y compadece al delincuente”; Rosalía Castro emprendió el resurgimiento literario antes que su marido Manuel Murguía y Eduardo Pondal. Por ahí la siguió doña Emilia Pardo Bazán, Carolina Otero en variedades: en teatro María Casares y Maruja Mallo en pintura.
He tenido que esperar a Destinada al crematorio…, para descubrir que su autora, Mercedes Gómez Targa, merece un lugar destacado en este areópago femenil. Nacida el 16 de enero de 1911 en Barcelona de padre gallego y madre catalana, esta señorita burguesa –estenografía, piano, idiomas–, empezó (...)