En uno de esos vuelcos para los que China tiene un arte especial, el presidente Xi Jinping ha eliminado todos los obstáculos a la libre circulación. En menos de cuarenta y ocho horas se han levantado las barreras que bloqueaban barrios y ciudades, se han desmantelado las cabinas de pruebas de PCR, se han suprimido los controles en carretera, se han desactivado las máquinas que tomaban la temperatura a la entrada de los espacios públicos y se han borrado las aplicaciones obligatorias de códigos QR en los smartphones (necesarios para poder desplazarse). Y, pese a ello, las calles de Pekín han permanecido sorprendentemente vacías. Los chinos tienen miedo. Se autoconfinan.
Donde sí repunta la actividad es en las farmacias y en las “clínicas de la fiebre” (como se denominan algunos servicios hospitalarios de urgencia). Hay una dramática escasez de paracetamol –cuya venta fue prohibida en la fase anterior por temor a (...)