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Cinismo en Lampedusa

Editorial, por Benoît Bréville, octubre de 2023

Los inmigrantes se amontonan ante las puertas del Viejo Continente, los servicios de acogida están desbordados, la derecha habla de invasión, la izquierda se divide y las capitales europeas se echan la culpa unas a otras; luego, todo el mundo pasa a otra cosa, hasta la próxima “crisis”. Visto desde Europa, el guion es conocido. Pero ¿y visto desde África?

Cuando los periodistas y dirigentes políticos se dignan a hablar de los países de origen, es solo para distinguir a los “refugiados”, que han abandonado un Estado en guerra y merecen cierta atención, de los “migrantes”, cuyas motivaciones económicas no justifican la “hospitalidad”. “Si las personas no cumplen los requisitos de asilo, lo que es el caso de las nacionalidades que observamos en este momento, marfileños, gambianos, senegaleses, tunecinos (...) evidentemente deben ser devueltas a su país”, explicaba el ministro francés del Interior, Gérald Darmanin, tras el desembarco de ocho mil exiliados en Lampedusa (TF1, 19 de septiembre).

Los motivos que pueden empujar a un senegalés a abandonar su país suelen ser comentados por los medios de comunicación en términos tan vagos que pierden todo significado: “huir de la miseria”, “encontrar un futuro mejor”. En Senegal, esas palabras remiten a una realidad tangible. La de los tratados de pesca que autorizan a europeos y chinos a barrer los océanos con sus arrastreros, capaces de obtener en un solo viaje lo que una embarcación local captura en un año. La del acaparamiento de tierras, con su desfile de inversores extranjeros que expulsan a los agricultores para promover la agricultura comercial en detrimento de los cultivos de subsistencia, el cacahuete en lugar del sorgo y el mijo. La del calentamiento global que afecta a las cosechas, con estaciones húmedas más cortas, inundaciones y sequías más frecuentes, con el avance del desierto y la subida del nivel del mar, que erosiona las costas y saliniza los suelos. La de la represión política, orquestada por un presidente, Macky Sall, amigo de Francia.

Vistas desde África, las políticas europeas son pura hipocresía. En paralelo a los discursos marciales, acuerdos, convenciones y oficinas de información organizan la emigración de trabajadores para paliar la escasez de mano de obra y el envejecimiento de la población en Europa. Francia recurre a médicos senegaleses, Italia a obreros de la construcción argelinos y marfileños, España a temporeros marroquíes en la agricultura y el turismo. En cuanto a Alemania, anunció recientemente la apertura de cinco centros de contratación de trabajadores altamente cualificados en Ghana, Marruecos, Túnez, Egipto y Nigeria. De ese modo, analiza el sociólogo Aly Tandian, los países de origen sirven de “incubadoras donde nacen, se educan y forman expertos que luego parten hacia otros destinos” (1).

Los europeos cierran sus tratos con los titulados y alimentan calamidades diversas; sufriendo estos desastres, y tras haber explorado muchas otras soluciones, los jóvenes se deciden a tomar el camino del Viejo Continente. Al llegar a Lampedusa, encuentran las puertas cerradas. Al mismo tiempo, en las televisiones y radios senegalesas, la región italiana de Piamonte difunde un vídeo en wolof: “Querer una buena vida no debe llevarte al sacrificio. La vida es preciosa, el mar es peligroso” (2). Y el cinismo europeo es mortífero.

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(1) Entrevista a Aly Tandian, 28 de febrero de 2023, www.theconversation.com

(2) Il Fatto quotidiano, Roma, 22 de septiembre de 2023.

Benoît Bréville

Director de Le Monde diplomatique.

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