Desde la Segunda Guerra Mundial, la energía ha jugado un papel central en los intereses diplomáticos y militares de Estados Unidos. Durante mucho tiempo, la política energética del país estuvo dominada por su percepción de vulnerabilidad: con el declive, considerado irreversible, de su producción de petróleo, y una dependencia cada vez mayor de las importaciones procedentes de Oriente Próximo, Washington veía cada vez más probable un episodio de escasez de energía. Esta obsesión alcanzó su punto culminante en 1973 y 1974, cuando los productores árabes impusieron un embargo a sus exportaciones de petróleo a Estados Unidos en represalia por su apoyo a Israel durante la guerra de Yom Kipur y después, en 1979, tras la revolución islámica en Irán.
Para superar esta sensación de fragilidad, el país desplegó una presencia militar permanente en el golfo Pérsico, que utilizó en varias ocasiones para garantizarse un suministro ininterrumpido. En la actualidad, aunque mantienen (...)