Desde el derrocamiento del emperador Haile Selassie en 1974, ha habido dos visiones nacionales enfrentadas. Por un lado, los partidarios de la Etiopía-Andinet (“etiopanidad”) unitarista. Por otro lado, los defensores de una federación descentralizada, donde el reconocimiento de las singularidades étnicas y lingüísticas serviría de marco normativo. El rechazo tigray a la visión propuesta por la Etiopía-Andinet, alimentado por el nacionalismo, se debe también a que coincide con la historia de los amhara, el segundo mayor grupo étnico del país (aproximadamente 23 millones de personas). Herederos de una edad de oro abisinia con la que ahora se fantasea, los amharas dieron forma a Etiopía, especialmente durante las guerras de expansión del emperador Menelik en el siglo XIX, en detrimento de las poblaciones del sur y de Tigray.
La Constitución de 1995 introdujo un federalismo étnico basado en el principio de “una etnia, una región”. Pero su preámbulo, en el que se (...)