Portada del sitio > Mensual > 2021 > 2021/07 > Un tráfico de expertos

Artes

Un tráfico de expertos

En el palmarés de los tráficos internacionales, el comercio ilegal de obras de arte ocupa el tercer puesto, tras el de la droga y las armas. Este sigue prosperando pese a la creación de unidades de investigadores especializados y la concienciación de lo que supone para los países saqueados. En Italia, se nutre de la actividad de estafadores bien relacionados y del blanqueo de obras por parte de expertos.

por Pascal Corazza, julio de 2021
JPEG - 195.9 KB
UGO SCHIAVI. – “I Was Here” (Estuve aquí), 2018

La cuestión de la restitución de las obras robadas a los países que en el pasado fueron colonias, al igual que los recientes saqueos en regiones de gran inestabilidad, han puesto de relieve las implicaciones, sobre todo políticas y simbólicas, del tráfico de arte. Pero, desde hace siglos, este negocio clandestino también se desarrolla al margen de toda efusión de sangre, aprovechando fisuras legales y moviendo los hilos de la oferta y la demanda, que reporta importantes beneficios: “El comercio ilícito de bienes culturales ocupa el tercer puesto de las actividades criminales internacionales, tras el tráfico de estupefacientes y de armas”, precisa Le Courrier de l’Unesco del 9 de octubre de 2020. El caso del pillaje, durante sesenta años, del patrimonio de Italia, rica en vestigios etruscos, griegos y romanos, con destino principalmente a Estados Unidos y sus cinco mil museos, evidencia la importancia financiera de este “comercio”, el papel que desempeña en la búsqueda de prestigio y las dificultades encontradas por los representantes de la ley.

“Aquí sale más caro robar un pantalón vaquero que una obra de arte”, nos decía el fiscal Paolo Giorgio Ferri poco antes de su muerte, acaecida en junio de 2020. Aunque en 1969 se creó una unidad de carabineros especializada en este tráfico, hasta 1995 no se acompañó de un plantel de magistrados. Ferri formó parte del mismo desde el principio. En 1994, en el coche del capitán de la Guardia di Finanza (la policía aduanera y económica), fallecido en un accidente de carretera, los carabineros descubren fotografías de objetos de arte y, en su apartamento, en un documento escrito de su puño y letra, el organigrama de una red de tráfico internacional. Al frente del mismo, el estadounidense Robert “Bob” Hecht. Un nombre ya conocido para los carabineros. En 1972, había vendido la crátera (vaso) del pintor de la Antigüedad Eufronio al Metropolitan Museum de Nueva York (MET) por 1 millón de dólares. Al enterarse del montante de la transacción, los tombaroli –los “ladrones de tumbas”, los peones del tráfico de objetos arqueológicos, en tierra firme o en el mar– se sintieron estafados. Hecht afirmaba haber comprado el vaso a un coleccionista armenio que lo había conservado en Suiza. En 1973, uno de los seis hombres que habían desenterrado el vaso desveló a The New York ­Times la fecha (1971) y el lugar de la excavación: las necrópolis etruscas de Cerveteri, al norte de Roma (1).

El esquema señala a Giacomo Medici como lugarteniente de Hecht. Vive muy cerca de Cerveteri. Se le considera sospechoso del robo de veinte mil piezas. “Cuando se creó el equipo, en 1995, ya investigaba sobre Medici y sus relaciones con la casa de subastas Sotheby’s”, precisaba Ferri, que había encontrado en un periodista británico, Peter Watson, un aliado de circunstancias. La investigación de Watson sobre Sotheby’s (2) provocó una auditoría interna en la célebre casa de subastas, cuyos abogados fueron a Roma a entregarle sus catálogos a Ferri. Vendedores que trabajaban para Medici ocupaban un lugar destacado: “Las subastas dan pedigrí a obras que no lo tienen –explicaba Ferri–. También permiten hinchar los precios mediante compras de testaferros. Estos hacen subir las ofertas por cuenta de un mismo patrón, que al final decide el valor del objeto. Medici revendía a los museos diciendo: ‘Lo he comprado por tanto a Sotheby’s, dadme un poco más’…”.

La información proporcionada por Sotheby’s se suma a los descubrimientos efectuados en 1995 en el puerto franco de Ginebra, una zona de almacenaje no sometida al servicio de aduanas. En el almacén de Medici, los carabineros confiscan seis mil objetos ­excavados o robados, sobre todo vasos griegos y etruscos –los más fáciles de vender–, fragmentos de muros de Pompeya y cinco mil polaroids tomadas por los tombaroli que permiten cotejar las obras de los catálogos de Sotheby’s o de los museos. Algunos objetos ­están fragmentados. “Vender en trozos permite evitar un delito aduanero –precisa Maurizio Fiorilli, el abogado del Estado en el proceso de Medici–. Los marchantes aprovechan esa circunstancia para obtener más dinero de los compradores. Venden un fragmento, luego otro, hasta que el museo está listo para gastarse una fortuna a fin de reconstituir la obra, que a continuación se expondrá con toda la publicidad que merece”.

Tras estos cotejos, Ferri inculpa a Hecht, pero también a ­Marion True, conservadora del Getty Museum, el mayor museo de arte privado del mundo. Aunque otros museos están vinculados al tráfico, como los de Nueva York, Princeton, Boston, Cleveland, Toledo…, ninguno tenía los medios de la institución californiana: 250 millones de dólares anuales. El multimillonario J. Paul Getty “también era propietario de una isla cerca de Nápoles”, recuerda Fiorilli. “Poseía un barco de alta mar. Cuando compraba piezas a los clandestinos de Cerveteri, se las llevaba a su isla y, desde allí, directamente a Estados Unidos”.

Entre 400 y 550 tumbas etruscas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), fueron saqueadas en Cerveteri después de 1945. El laissez-faire era la norma. “Los tombaroli traían sus fiambreras para comer a mediodía”, recuerda una habitante de los alrededores. No obstante, la ley italiana de 1939 estipula que solo se pueden encontrar objetos “por casualidad” y que se deben declarar. Pero… “Tengo un cliente que cada verano baja a pescar un ánfora en un pecio –afirma un abogado calabrés–. Le aconsejé que fuera a la jefatura de policía, pero la recompensa del Estado es tan ridícula que continúa haciéndolo”.

En 1970, la Unesco estableció una convención que trataba de “prohibir e impedir la importación, exportación y el traspaso de propiedades ilícitas de bienes culturales” (3). “Pero tras la venta de la crátera de Eufronio, la actividad artesanal se vuelve industrial”, cuenta Fabio Isman, periodista de Il Messaggero (4). Por lo tanto, la Unesco estableció una nueva convención en 1995: ­Unidroit. Ni Francia ni Estados Unidos la han ratificado…

Diez años después, en 2005, Marion True, acusada de haber facilitado las adquisiciones sospechosas del Getty Museum, comparece ante un tribunal romano. Fiorilli defiende al Estado italiano; Ferri ejerce de fiscal. Se trata de un hecho inédito a escala mundial. El magistrado tiene buenas cartas: a base de comparar las polaroids encontradas en casa de Medici con los catálogos de los museos, ha empujado a los abogados del Getty Museum a rea­lizar una investigación interna. La auditoría, que propone esconder determinados documentos a las autoridades transalpinas, llega a manos de dos periodistas de Los Angeles Times, Jason Felch y Ralph Frammolino, finalistas en 2006 del premio Pulitzer por ese trabajo, que revela que la mitad de las piezas de la Antigüedad más hermosas del museo provienen del tráfico internacional (5).

Para defenderse, Marion True afirma que la institución fue “ensuciada por colaboradores”. Hace referencia a Jiří Frel, tránsfuga del MET al Getty Museum en 1974. En 1977, adquirió por 3,8 millones de dólares el Atleta victorioso, atribuido a Lisipo, el retratista de Alejandro Magno. La estatua, rescatada en 1964 por un pescador frente a Fano, ciudad costera del Adriático, se ha convertido en la atracción del museo, hasta el punto de recibir el sobrenombre de “The Getty Bronze”. Expulsado de Estados Unidos en 1986 por cuestiones fiscales, Frel se une a Gianfranco Becchina, el otro lugarteniente de “Bob” Hecht ­según el esquema, que vive en Sicilia, en Castelvetrano, cuna de la familia del que más tarde se convertirá en el presunto jefe de la Cosa Nostra, Matteo Messina Denaro.

Podemos preguntarnos cómo la ‘Ndrangheta, la Cosa Nostra o la Camorra pueden obviar un tráfico de 6.000 a 15.000 millones de euros anuales, según cálculos de Édouard Planche, responsable desde 2007 del programa de lucha contra el tráfico ilegal de bienes culturales y a favor de su restitución en la Unesco. “Es lucrativo”, reconocía Ferri. “Sin embargo, el sector es demasiado específico: un marchante de arte internacional necesita una experiencia que el crimen organizado no tiene”, afirmaba, para acto seguido matizar: “Pero los territorios están bajo control…”. Cuando en 2002 los carabineros registran los locales de Becchina, en el puerto franco de Basilea, se apoderan de 6.315 objetos de arte, 8.000 fotografías y 13.000 documentos. Saben que ha adquirido un palacio en Castelvetrano. Pero “los servicios secretos italianos no pudieron demostrar que tuviera vínculos con la mafia”, explica Isman.

En 2011, Becchina es declarado culpable del tráfico ilegal de antigüedades y a continuación liberado en segunda instancia, debido a la prescripción del delito. Como un año antes le sucediera a Marion True. Y a Hecht, el jefe de la red. Todos liberados, excepto Medici. Juzgado en 2004, no se benefició de la ley Cirielli, aprobada el año siguiente, que redujo a la mitad los plazos de prescripción. Fue condenado a 8 años de privación de libertad, pero en su casa –esto es, en su lujosa villa–, como todo acusado de más de 70 años. En cuanto al tráfico, persiste. En 2016, los carabineros registraron los almacenes suizos de Robin Symes, un británico que, junto con Hecht, vendía a los grandes museos occidentales –Estados Unidos, Japón, Francia, Reino Unido, Israel, etc.– lo que Medici les suministraba. Este botín comprende 17.000 objetos de arte, dos sarcófagos etruscos, fragmentos de un fresco de Pompeya y una cabeza de Apolo de mármol que data del siglo I antes de nuestra era…

Ferri investigó a 2.500 personas; quedan miles más. Los carabineros han repatriado 800.000 obras desde 1969, pero según Fiorilli, “el 80% de los objetos etruscos o romanos en el mercado son de origen clandestino”. “El Getty Museum ha aceptado restituirnos un gran número de obras”, subraya Francesco Rutelli, ministro de Cultura entre 2006 y 2008 del Gobierno de Romano Prodi. Entre ellas, la Afrodita de Morgantina, adquirida por 18 millones de dólares –el precio más elevado alcanzado por una obra de la Antigüedad–. La crátera de Asteas, vendida por Becchina al Getty ­Museum, regresó a Italia en 2005, tres años ­antes que la crátera de Eufronio.

Queda el “Getty Bronze”. El Tribunal Constitucional consideró que, aunque se había pescado en aguas internacionales, al ser llevado a tierra por un barco italiano era italiano. “Estamos impacientes por interponer un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos”, nos comenta Julie Jaskol, del Getty Trust. Ya que, en 1968, el tribunal de apelación consideró que no había ninguna prueba de que la estatua fuera propiedad de Italia. Prolongar la lucha judicial: el arma de los estadounidenses. La de los italianos: un embargo sobre los préstamos a los museos norteamericanos.

Fuera de Italia, los casos continúan. En París, en junio de 2020, un experto, una antigua conservadora del Louvre, y el presidente de la casa Pierre Bergé y asociados fueron detenidos, acusados de haber maquillado la historia de obras robadas desde 2010 en Egipto, Yemen, Siria y Libia para revenderlas legalmente, en particular al Louvre Abu Dabi y el MET.

NECESITAMOS TU APOYO

La prensa libre e independiente está amenazada, es importante para la sociedad garantizar su permanencia y la difusión de sus ideas.

(1) Nicholas Gage, “Farmhand tells of finding MET’s vase in Italian tomb”, The New York Times, 25 de febrero de 1973.

(2) Peter Watson, Sotheby’s: The Inside Story, Random House, Nueva York, 1997.

(3) Véase Philippe Baqué, “Investigación sobre el saqueo de obras de arte”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2005.

(4) Cf. Fabio Isman, I predatori dell’arte perduta. Il saccheggio dell’archeologia in Italia, Skira, Milan, 2009.

(5) Ralph Frammolino y Jason Felch, “The Getty’s troubled goddess”, Los Angeles Times, 3 de enero de 2007.

Pascal Corazza

Periodista. Autor, en particular, de Voyage en italique, Transboréal, París, 2012.

Artículo siguiente

Si el grano no muere