El caos en el cual se halla inmerso Irak (sin hablar de Afganistán) tiene suficientes elementos como para desesperar a los incondicionales de Washington. Pero ahora que se ha producido el desastre, George Bush no tendría que soportar solo sus consecuencias. Tal como dice el director de L’Express, “nadie puede poner en duda la sinceridad estadounidense: la superpotencia lucha también por desarrollar la libertad y la democracia”. Pasemos por alto la enormidad de semejante afirmación (que hace caso omiso de la larga lista de intervenciones de los marines y de la CIA con el fin de instaurar o salvar dictaduras, particularmente en América Latina), para retener sólo su mensaje subliminal: europeos y estadounidenses estamos en el mismo barco, dado que compartimos idénticos valores fundamentales; los de una suerte de universalismo occidental.
No es ésta, sin embargo, la experiencia vivida por los que conocen bien ambas orillas del Atlántico ni lo que (...)