Macodou y Déguène, una pareja de octogenarios de las que todavía se pueden encontrar tantas en nuestras aldeas, conversan.
–¿Te acuerdas, Déguène, de cuando teníamos 20 años?
–Ey, querido, habla bajito, ¡los nietos pueden escucharnos! ¡No es decente hablar de nuestra juventud delante de ellos!
–¿Y por qué? Si en las fotos se nota que eras más guapa que nuestras hijas a la misma edad. Eras fuerte y no necesitabas una empleada para mantener la casa limpia y dar de comer a quince personas, tres veces al día, siempre a la misma hora.
–Es verdad, mis añorados suegros, mis cuñadas y algunos de tus primos vivían con nosotros. A las 8 de la mañana ya estaba en el mercado para hacer las compras, porque a tu papá le gustaba el pescado fresco y no congelado. En esa época, el thiof todavía era accesible para los bolsillos de los modestos funcionarios.
–Un funcionario nunca es modesto, (...)