Entre las muchas citas electorales del año 2024, apenas cabía esperar que las presidenciales rumanas ocuparan un lugar especial. Desde 1989 y la caída del comunismo, el Partido Socialdemócrata (PSD) y el Partido Nacional Liberal (PNL) —el uno tan atlantista y proeuropeo como el otro— venían alternándose en el poder —si no gobernaban juntos, como en la actualidad—. De ahí que pareciera improbable que se diese una sorpresa de envergadura.
Sin embargo, estos comicios entrarán en los anales de la historia. Lo harán por sus resultados —que dieron por eliminados ya en la primera vuelta tanto al primer ministro y gran favorito Marcel Ciolacu (PSD) como a su compadre del PNL— y, sobre todo, por su desenlace: una anulación pura y simple que solo obedece a lo insatisfactorio de lo votado. Gobiernos de todo el mundo ya habían probado buen número de métodos para eludir la voluntad de los votantes: ignorar el veredicto de las urnas imponiendo un tratado previamente rechazado en referéndum, valerse de estratagemas institucionales para aferrarse al poder pese a una derrota, inventar acusaciones de fraude para empañar la legitimidad de un candidato… Pero jamás, en un país democrático, se había procedido a la supresión de millones de papeletas.
El asunto empezó con los inesperados resultados de la noche del 24 de noviembre. Calin Georgescu, a quien los sondeos atribuían entre el 5 y el 9% de los sufragios, se puso en cabeza con el 23% de los votos, por delante de Elena Lasconi, la dirigente de un pequeño partido de centro. El vencedor se define como un candidato “antisistema”: antaño cercano a la extrema derecha, se presentó como independiente, sin partido ni fondos para su campaña electoral y negándose a aparecer en la televisión. Defensor de la soberanía alimentaria y energética, denuncia la globalización, la inflación, la inmigración, la OTAN, la Unión Europea, las ayudas a Kiev, las vacunas contra la covid-19… Y todo ello valiéndose únicamente de TikTok y YouTube para extender un discurso impregnado de esoterismo y de referencias a Jesús.
Que semejante personaje se pusiera a la cabeza de un país por el que transitan los cereales ucranianos y que pronto albergará la mayor base militar de la Alianza Atlántica no podía sino acarrear una gran tormenta. El 28 de noviembre, el Consejo de Defensa Nacional —dirigido por el presidente saliente, Klaus Iohannis (PNL)— acusó a TikTok de haber brindado un “trato preferente” a Georgescu. Inmediatamente después, el Consejo Nacional del Sector Audiovisual solicitó a Bruselas –que dio satisfacción a la solicitud sin pérdida de tiempo– una investigación sobre esas “amplificaciones algorítmicas” y sus “riesgos potenciales para la seguridad nacional”. El 4 de diciembre, el presidente Iohannis reveló documentos de los servicios secretos que mencionaban una injerencia extranjera, y sobre ellos se basaron los nueve jueces del Tribunal Constitucional —que deben su cargo al PSD y al PNL— para justificar la anulación de los comicios, entre las ovaciones de las cancillerías y medios de comunicación occidentales.
¿Y qué dicen esos documentos “desclasificados”? Pues que supuestamente se había remunerado a unos influencers para que promocionaran la candidatura de Georgescu a cambio de 380.000 euros —lo que no parece gran cosa comparado con los once millones de euros desembolsados por Ciolacu para promover su programa—. También afirmaban que el candidato se había beneficiado del apoyo coordinado de 25.000 cuentas de TikTok con el fin de conseguir que sus vídeos se volviesen virales. Por lo demás, según los documentos, se realizaron miles de ciberataques contra la infraestructura informática de los comicios. Y además… nada: eso es todo. Ninguna prueba de intervención extranjera, ni siquiera de colusión alguna con Georgescu.
Haya maniobrado Moscú o no, la operación parece, en todo caso, insignificante. En Estados Unidos, Kamala Harris se gastó 140 millones de dólares para aumentar su audiencia en Facebook e Instagram, seis veces más que su rival. Y aun así perdió. Que un mensaje sea viral no lo es todo: también hay que convencer. Pero ahora, gracias a Rumanía y Bruselas, no cabe duda de que aquellos cuyo discurso es ignorado por los medios de comunicación y puesto en sordina por las redes sociales conseguirán la anulación sin más de los comicios si el resultado no les gusta. ¿Verdad que sí?