Hace pocos años que los circuitos del arte oficial descubrieron los impresos en general y los libros en particular como soporte privilegiado para la transmisión de discursos fotográficos. En una época en la que esos mismos circuitos daban cobertura a la limitación de los tirajes fotográficos de los autores elegidos como forma para incrementar su precio en el mercado especulativo, era previsible que la necesidad de encontrar nuevos sectores explotables acabara recurriendo a los impresos como forma de extender la variedad de mercancías disponibles. Se empezaron valorando –en base al modelo establecido por los bibliófilos– los ejemplares antiguos y difíciles de encontrar y se ha acabado generando una producción editorial que concibe el libro de fotografía como objeto escaso, de tiraje limitado y numerado, y valioso en cuanto exclusivo.
El libro, vehículo histórico de la libertad de pensamiento, de la recopilación, elaboración y transmisión de saberes diversos, de la cultura de (...)