Nosotros, los hombres, criaturas que habitamos esta tierra, debemos ser, para ellos por lo menos, tan extraños y miserables como lo son para nosotros los monos y los lemures. La parte intelectual de la humanidad admite ya que la vida es una incesante lucha por la existencia y parece que ésa es también la creencia de los pensadores en Marte. Su mundo ha avanzado mucho hacia el enfriamiento, y éste nuestro mundo está todavía lleno de vida, pero atestado sólo de lo que ellos consideran como animales inferiores. En verdad, su único medio de escapar a la destrucción que, generación tras generación, se desliza lentamente hacia ellos es apoderarse de un astro más cercano al sol, para poder vivir en él.
Antes de juzgarlos demasiado severamente debemos recordar cuán completas y bárbaras fueron las destrucciones llevadas a cabo por nuestra propia raza, no sólo de las especies animales, como el visón (...)