Podemos tratar de desviar la dinámica histórica y encontrar los medios para adaptarse a esta, pero ello implica no negar su existencia y aprehenderla de manera racional, sobre la base de trabajos científicos. La cuestión de la inmigración es una de aquellas en las que menos se respetan estos principios, hasta el punto de que eclipsa todas las demás en la vida política de la mayoría de los países europeos.
Las imágenes de los refugiados cuyas embarcaciones naufragan en el Mediterráneo o que, en largas columnas, tratan de encontrar un país de acogida provocan reacciones contradictorias en la opinión pública: compasión y solidaridad en ciertos sectores; terror y pánico de una “invasión” en otros. En el primer caso, el discurso dominante –implícito o explícito– consiste en decir que la acogida de millones de nuevos inmigrantes no plantea mayores problemas y que las fronteras europeas deben permanecer abiertas o volver a estarlo. (...)