“Dado que la ciencia es uno de los elementos reales de la Humanidad, es independiente de cualquier forma social, y eterna como la naturaleza humana”, escribía en 1848 Ernest Renan en L’Avenir de la science [El porvenir de la ciencia]. A pesar de que a finales del siglo XX el cientificismo del siglo XIX había perdido mucho terreno, sus preconceptos están lejos de haber desaparecido.
En la actualidad, la universalidad de la ciencia sigue siendo una convicción ampliamente compartida. En un mundo donde sistemas sociales, valores espirituales, formas estéticas pasan por incesantes cambios, sería tranquilizador que al menos la ciencia ofreciera un punto de referencia fijo dentro del relativismo reinante. Tal vez incluso el único “elemento real”, para retomar la expresión de Renan. De hecho, un siglo más tarde el físico Frédéric Joliot-Curie pudo escribir con buena conciencia progresista: “El puro conocimiento científico tiene que aportar paz a nuestro espíritu, desechando (...)