“¿De dónde eres?”, “Cualquiera puede triunfar en esta sociedad si trabaja lo suficiente”, “Yo no me fijo en el color de la piel”, “Hablas bien inglés”, “América es un gran crisol”… En opinión de algunos académicos (1), estas frases comunes y corrientes tendrían un sesgo vejatorio, dirigidas por una persona blanca a otra que no lo es, en tanto en cuanto recuerdan implícitamente al interlocutor su diferencia o porque niegan la realidad de los prejuicios raciales. Habría pues que situar el combate contra estos marcadores de racismo en primera línea del plan de batalla progresista. Ahora bien, no todos perciben de la misma manera estas “micro-agresiones” basadas en doble intención y medias palabras. Como apunta el sociólogo Musa al-Gharbi, “los blancos progresistas libres de ahogos económicos y con estudios superiores muestran mayor empeño que los demás en desenmascarar y denunciar estas formas de racismo” (2). A colación, trae una encuesta del Cato Institute (libertariano): preguntados si consideraban ofensiva una serie de “micro-agresiones” –las de marras–, una abrumadora mayoría de los encuestados negros o latinos contestó negativamente. Los blancos con titulaciones universitarias, en cambio, sí las señalan más a menudo como ofensivas.
Asimismo, muchos comentaristas han definido las invectivas de Donald Trump en las que asocia inmigración con delincuencia como un lenguaje de doble sentido que regala los oídos de su base “supremacista” sin dar pie a acusaciones directas de racismo. Denominado “dog whistle” (llamar al perro con un silbato ultrasónico), este lenguaje en código debería ser percibido como estigmatizante por las personas a quienes apunta y, por lo menos, no seducirlas. Y, sin embargo, explica Al-Gharbi, una encuesta ha demostrado que “estos mensajes ‘racistas’ parecen tener mejor acogida entre las minorías que entre los blancos. Y la mayor parte de los entrevistados no los consideraba racistas ni escandalosos, a diferencia de los investigadores” (3).
Así las cosas, ¿qué hacer? La abogada y activista Tory Gavito y el profesor universitario Ian Haney López han vuelto a descubrir una vieja receta: “La cuestión es fusionar los temas de división racial y los de desigualdad de clase y cambiar así el sempiterno ‘ellos contra nosotros’ que vertebra la mayoría de los mensajes políticos: pasar de ‘blancos contra personas de color’ a ‘todos nosotros contra las elites que llevan a la división’” (4). Sorpresa mayúscula: la estrategia funciona con todos los grupos encuestados, ya sean negros, latinos o blancos. Es más, se entusiasman los autores, “presentar el racismo como un arma de clase también favorece el apoyo a las reformas por la justicia racial”.
La política es una eterna vuelta a empezar...